Cada mañana cuando paso por su estilizada casa, la contemplo erguida y firme, mirando al horizonte con una clara pose de espera.

Ha debido llegar por San Blas, como acertadamente vaticina el refrán. Pero de momento está solo, seguramente cada minuto que pasa espera que por cualquier parte del cielo aparezca su compañera. Así lo llevan haciendo varios años, se reencuentran, acondicionan su nido y con todo el amor del mundo comienza la tarea de criar un nuevo hijo. Pasado el otoño y con su bebé convertido en adulto, emprenden su camino por separado, para invernar en cualquier sitio que crean conveniente. Eso sí, con el compromiso silencioso de reunirse en la próxima temporada.

Pero este Febrero, pasan los días, y ahí está como si fuese una estatua prolongando la enorme altura del torreón, no quiere moverse esperando la llegada de su compañera, custodia el nido sin haber perdido en ningún momento la esperanza, sabe que antes o después ella, llegará.

Cada día que contemplo a la paciente cigüeña me identifico más con su estado. Cuando vuelvo a casa y no está ella, me siento intranquilo, como de prestado, no puedo sentarme, me asomo varias veces seguidas a la ventana, trajino para allá y para acá sin mucho sentido, y sé que me falta algo.  De repente oigo abrir la puerta, y entonces me siento con despreocupación, para disimular, y porque en ese momento, de nuevo me vuelvo a sentir completo.

Dedicado al mes de Febrero.

Ramón Alcañiz Úbeda